Rolling Stone se mete en la mente de Dylan/Dillom: El personaje que encarna en su nuevo disco, el psicoanálisis, sus traumas, su relación con el rock argentino y los feats con Andrés Calamaro y Lali Espósito.

Dylan se está maquillando el tatuaje del juguito de su pómulo derecho antes de comenzar la producción de fotos para la tapa de Rolling Stone (la misma que el año pasado sugirió que nos la metamos en el orto en su tema “Ola de suicidios”, aunque enseguida nos confesó que es superfan de la revista y que aquello fue “una broma para picantear un poco el asunto”). Lo de taparse el tatuaje no lo hace por nada. El juguito es una marca indeleble de Dillom, ese joven con cara de nene travieso que en 2020 se coló en el auge de la escena urbana local con espíritu dark y mirada perdida. El nuevo personaje que Dylan viene construyendo desde que enterró, con cajón incluido, su etapa Post Mortem un año atrás, no tiene tatuaje de juguito en la cara.

El Dillom 2024 es como un punk inglés de los años 70 por fuera y una suerte de Norman Bates por dentro. De hecho, en un encuentro virtual con Dylan y su equipo creativo un mes antes de la producción fotográfica, con la excusa de contar por dónde venía la estética de su nuevo álbum (para esta nota, luego vendrían una escucha del disco junto al músico y su entorno más cercano, una extensa entrevista en su departamento y un último round en el set de fotos), la imagen de Ian Curtis, de Joy Division, aparecía como inspiración. “El tipo empieza así y después es como que va enloqueciendo a lo largo de la historia, del disco, hasta que termina superloco, medio creyéndose que es su propia madre”, dice Dylan un tanto dormido, desde el otro lado de la pantalla, en un horario poco rockero: lunes a las nueve de la mañana. “Me gusta aprovechar las mañanas… a veces”, dice y sonríe.

¿Cuántos Dillom hay dentro de Dylan? Al parecer muchos y el que llega con su segundo álbum, Por cesárea, vive encerrado en su propia película de horror psicológico, mientras Nirvana suena por los parlantes.

Un sueño pesado, una suerte de pesadilla posborrachera, con el sol pegándole en la cara, transpirando resaca, en una playa lejos de casa. Así empezó todo. Dillom se despertó y supo que esa era la pesadilla que buscaba desde hacía días. La punta del ovillo del guion que quería contar y al que no le encontraba la vuelta. ¿Qué pasaría si, en vez de tomar las buenas decisiones que había elegido a lo largo de su vida, se hubiese inclinado por las malas? ¿En qué se convertiría? ¿Adónde hubiera terminado?

“Cuando terminé de grabar el primer disco sentí que había escupido todo, que había estado toda mi vida haciendo esas canciones, que tenían la catarsis de todo. Quedé exhausto y pasaron seis meses sin pisar un estudio. Quedé un poco sin saber qué hacer, pero no quería que eso se convirtiera en un miedo que me ganara. Me mentalicé para que no me pasara. Le di tiempo, pero cuando intenté volver a un estudio estaba totalmente bloqueado. Me acuerdo de que habíamos alquilado un estudio en Barcelona y fuimos con mis productores, Luis Lamadrid y Fermín Ugarte. Estuvimos cinco días y no salió absolutamente nada. Estaba bloqueadísimo. Para mí, ya había contado todo lo que tenía para contar. Me frustré y la última sesión de estudio directamente la abandonamos: ‘Ya fue, vamos a tomar una birra y a charlar. Esto no da para más’. Nos fuimos y cada uno expuso sus frustraciones, sus miedos y sus inseguridades. Yo les decía que sentía eso, que había contado todo, y ellos me dijeron algo que me resonó: las historias en general ya están todas contadas y las estructuras para contarlas son tres o cuatro, no hay muchas más. Entonces uno puede contar la misma historia un millón de veces, pero maquillándola de distintas formas. Eso me quedó dando vueltas y en un momento me fui a dormir una siesta al sol, medio en pedo. El sol me pegaba mal en la cara, pero igual me dormí y medio soñando se me ocurrió toda la idea del disco. Me desperté, agarré el celular y bajé toda la idea en una especie de guion, en torno a un personaje que quería crear”.

¿Te acordás de cuál fue esa idea-motor?

Sí. Quería que el disco se basara en un personaje puntual y se me ocurrió pensar mi vida como si fuera un universo paralelo en el que hubiera tomado todas las malas decisiones posibles. Pensar en todos los momentos de mi vida en los que podría haberla cagado. Medio un poco parecido a Había una vez en Hollywood, donde Tarantino agarra la historia de Charles Manson y la cambia. Pensé que podía agarrar mi propia historia y cambiarla también, tomarme esa licencia, como si hubiese tomado un mal camino. A veces miro para atrás y digo: “Mirá si hubiera hecho tal cosa en vez de lo que hice”. Esa idea me atrajo y fue la base de la historia que después tomó más profundidad, con un carácter más psicológico, si se quiere.

“Ni a mi peor enemigo le deseo la sensación de ver la vida dependiendo de una mala decisión. Y ese día llegó. Y ese día llegó…”, casi recita Dillom en la obertura en plan trip-hop de Por cesárea, su segundo álbum, grabado como si se tratara del soundtrack de una horror movie, armado conceptualmente de principio a fin, sin cortes ni adelantos para viralizar. Una obra pensada y corporizada con bases old school, de esencia analógica.

Así suena Por cesárea en el estudio del ingeniero de sonido Santiago de Simone, en Chacarita, una tarde de sol, en la que fue no sólo mi primera escucha del álbum, sino también la de buena parte de su círculo rojo. Falta un mes para subir oficialmente el disco a las plataformas de música, el álbum todavía no tiene nombre y en un brainstorming improvisado entre Dillom, De Simone, Andy Capasso (un amigo de Dylan a cargo del equipo creativo de Dillom), Nacho Caiella y Fran Caiella (CEO y prensa, respectivamente, del sello que el mismo músico creó hace un par de años, Bohemian Groove), se mezclan Jacques Lacan, la película de Yorgos Lanthimos Poor Things, Tim Burton y la fotógrafa norteamericana Gillian Wearing. “A mí me gusta ‘Cesárea’”, dice Dillom, pero no todos están de acuerdo. Demasiado fuerte. Alguien sugiere “Trauma” como título más directo. “Y hacemos La gira traumática”, se entusiasma. “¿Y ‘Sutura’?”. “¡Nahhhh, parece una banda de heavy metal!”. Andy ya piensa en una posible campaña publicitaria en las paredes agrietadas de la ciudad, intervenidas con hilos para que simulen estar cosidas.

Quince días después de aquella tarde, en su departamento del barrio de Belgrano, Dillom confirma que el disco se llamará Por cesárea. “El álbum habla mucho de la vida en sí y de lo traumática que puede ser. Entonces cesárea conecta en varios sentidos, porque es un trauma físico, pero también mental, muchos aseguran que es el primer trauma para un bebé, y para la madre también lo es. El disco tiene un juego con lo maternal y la figura de la mujer y tiene un lenguaje medio quirúrgico, grotesco, que iba muy a la par con todo eso. Y si bien no estuvo pensado de antemano, creo que hace como una contraparte con el título del disco anterior, Post Mortem. Nos terminó cerrando por todos lados”.

Dylan vive en un departamento de dos ambientes, ubicado a cinco cuadras de lo que fue el Prix D’Ami de Ciudad de la Paz, una legendaria rockería de fines de los años 80 que, de existir hoy, sin dudas sería el segundo hogar de Dillom. “Ordené un poco y tiré desodorante de ambiente”, dice al recibirme con una sonrisa cómplice.

La verdad es que no parece el departamento de ese joven de 23 años con un diente de lata que arriba del escenario puede cantar a gritos sobre tomar Rivotril, luchar contra sus demonios, estar siempre de fiesta, hacer sexting con tu puta, robar pastis del cajón y al que nunca le falta un papel, entre otros tópicos de la temática “sexo, drogas y rock and roll” en la que navegan sus letras.

Hay una repisa obsesivamente ordenada con muñecos de acción de varios asesinos seriales de películas como Martes 13, La masacre de Texas o Hellraiser, pero también un Minion tamaño gigante, un casete TDK cerrado, una armónica, un miniparlante con su miniguitarra, una cámara de fotos y un estante con libros y DVD. Arriba, también en prolija fila, tres cajas de whiskis, cuatro máscaras y la gorra que Bizarrap le regala a cada uno de los músicos con los que graba sus Sessions. En el medio del living, un viejo mueble de madera con un tocadiscos y dos bateas: a la izquerda, hip-hop; a la derecha, rock (durante la charla escucharemos uno y uno: My Beautiful Dark Twisted, de Kanye West, y The Stooges, de The Stooges). Hay una consola (“me la acaban de devolver. Es con la que hice mi primer show como DJ”), un teclado, un bajo y una computadora. No hay rastros del descontrol masivo que sus canciones invitan a suponer que sería la vida del tal Dillom.

“Dillom es un personaje que creé un poco para hacer catarsis de todo lo que me pasaba cuando tenía 15 años. Por ahí en ese momento andaba en cualquiera, pero si me ves en el día a día soy muy tranquilo. El tema es que ese personaje le hace creer a la gente que soy un loco de mierda, y se sorprende cuando me conoce realmente. Porque la mayoría tiene un preconcepto de mí. Me pasa cuando por ahí quiero salir con una chica o conocer gente. Quizá piensan que soy un mal tipo, pero no, soy tranca y me considero bastante bueno como persona. Igual un poco me alegra que pase eso, porque quiere decir que el personaje es creíble, que la gente lo compra, ja”.

Dillom, el álter ego de Dylan, apareció en lo que el músico considera “los años más fuertes de mi vida, en el mal sentido. Tenía bastante bronca y resentimiento por todas las cosas malas que me pasaban. ‘¿Por qué a mí?’, me preguntaba. Dillom nace como un álter ego en donde podía hacer catarsis y ser la peor persona posible o exorcizar cosas de mi vida cotidiana. Con Dillom podía hacer los chistes más negros que se me ocurrían o pensar las cosas más oscuras. Y creo que fue bastante sano sacar todo por ese lado”.

¿Te costó a veces disociar el personaje de la persona?

No, para nada. Obviamente hay un poco del personaje en mí y un poco de mí en el personaje. Es mi peor parte, quizás exagerada al máximo. De hecho, hay otros artistas que están todo el día en el personaje. Lo respeto, pero yo no soy así. El primero que se me viene a la cabeza es Charly García, por ahí. O Kanye West. Me gusta esa clase de artista que es una instalación caminando. Ya la forma de vivir de esa gente es creatividad constante. Eso es muy valioso, personificar algo, incluso como un actor de método. Lo recontravaloro y es increíble verlo en otro, pero nadie quiere estar en esa cabeza. A mí también me gusta jugar con eso, pero desde un lugar más sano, tampoco tan extremista, porque de ahí salen cosas buenas y malas también. En mi caso siento que está bastante marcado cómo soy yo en la música, cuando salgo con mis amigos, cuando doy una nota. Mi búsqueda es un poco lograr esa sensibilidad y profundidad, desde un lado no tan enloquecedor.

No hay que ser un profesional para comprender que hay un momento traumático clave en la vida de Dylan León Masa. Una escena que una y otra vez parece volver a su mente. Lo contó en las muchas entrevistas que dio en los últimos años (“la policía allanó mi casa y se llevaron a mi mamá delante de mí, esposada, por posesión de cocaína”) y hasta lo hizo canción: “Mi mamá tomando merca, todo enfrente ‘e mi cara (fiumba)/ Y mi viejo después de eso me echó fuera ‘e la casa/ Pero si no fue por eso, ahora no tendría nada (what?)/ Porque gracias a esa secuen’ ahora estoy más pillo” (de su primer gran hit, “Opa”).

El protagonista de Por cesárea cuenta la historia de alguien que tomó malas decisiones, una detrás de otra. Y aquella caótica madrugada de 2015 vuelve a estar en el nudo del plot. “Soy consciente de que no sólo fue la suerte la que me trajo hasta acá, sino también las buenas decisiones que fui tomando. Porque siempre quise hacer música y fue algo que prioricé en todo momento, incluso a veces por encima de situaciones que podrían ser más importantes que la música”, dice. “Siempre me acuerdo de la vez esa del allanamiento en mi casa. Yo al otro día tenía mi primer show como DJ. Durante el procedimiento la policía estaba secuestrando todos los dispositivos con almacenamiento, los celulares, computadoras, pen drive, todo, y me acuerdo de que tenía una computadora que venía con el CPU dentro del monitor, entonces pensaron que era solo un monitor y no se lo llevaron. Yo me hice el boludo y cuando se quisieron llevar el pen drive donde tenía la música, les pedí que lo revisaran, que no tenía nada, que no me lo sacaran porque lo necesitaba. Medio que eso no lo podían hacer, pero los policías me hicieron un poco la onda, lo revisaron y como había quince MP3, nada más, me lo dejaron. Ese día me fui a lo de mi viejo, un quilombo todo, pero me dormí dos horitas de siesta y, más allá del shock y toda la situación, fingí demencia y dije: ‘Me voy, tengo que ir a tocar’. Iba a tocar para diez personas, no era el Madison Square Garden. Pero creo que esa fue una de las buenas decisiones que tomé en mi vida. Como cuando después se pudrió todo con mi viejo y me dijo: ‘O te vas a vivir a Ushuaia, que tengo familia allá, o a Misiones, donde también tengo parientes. Fijate qué hacés’. Ni en pedo me iba a vivir ni a Ushuaia ni a Misiones. Quería hacer música y en cualquiera de los dos lugares había muchas menos posibilidades. Yo ya tenía una movida armada y prefería dormir en la calle, entonces me fui a vivir a lo de un amigo. Esas mínimas decisiones que fui tomando, siempre priorizando la música, siento que podrían haber cambiado muchísimo mi vida si no las hubiera elegido”.

Dillom asegura que ser músico fue de las primeras cosas que quiso. Cuando tenía 5 años quería ser artista plástico y sus padres lo alentaron llevándolo a una profesora de arte (“hacía unas obras rarísimas, medio abstractas, pero conceptuales”), pero a los 8 ya tenía claro que lo suyo era la música. “Era fan de los Ramones y tenía una guitarra de plástico, de juguete, y ya quería tocar. Empecé a tocar el bajo, tomé unas clases y al poco tiempo armé alguna que otra bandita”.

El secundario lo cursó en la Escuela Técnica Raggio y en tercer año eligió la orientación Publicidad, porque le parecía lo más cercano al cine, por entonces su última tentación (“era medio enfermito de las películas de terror, de los zombis. Había visto dos películas y ya quería ser cineasta, ja”). Sin estudiar demasiado, gracias a cierta facilidad innata y algo de “parla”, llegó al último año. Y, una vez más, tuvo que enfrentarse a una de esas tomas de decisiones que lo trajeron hasta acá.

“Hacía dos años que ya no vivía con mis viejos”, cuenta. “Vivía en la casa de un amigo, en Ugarte y Congreso, con su hermano y la mamá, en un dos ambientes que era de grande como este living. Ellos me adoptaron y me hicieron un lugar. Ya estaba haciendo música, produciendo algunas cosas y a las dos semanas de empezar sexto año, dejé el colegio. Laburaba a la mañana con mi viejo, después iba todo el día a la escuela y llegaba roto a mi casa. No tenía tiempo para hacer lo que me gustaba y con la música me estaba yendo más o menos bien. Ahí decidí dedicarme a la música de lleno”.

¿En esa época hacías psicoanálisis?

Sí, y sigo haciendo con la misma psicóloga desde 2017. Van siete años ya, todo un matrimonio.

¿Qué herramientas te dio el psicoanálisis?

Al principio me sirvió de contención, porque yo estaba en cualquiera, y me hizo ver cosas que no me daba cuenta. Me dio herramientas para lidiar con lo que me pasaba. Hoy en día es más una charla de ida y vuelta, como si fuera una amiga, pero que está calificada para darte buenos consejos, desde un lugar profesional. Si tengo algún problema voy y le cuento y le pregunto cómo tengo que encararlo.

Este disco estuvo por llamarse ‘Trauma’. ¿Cuál creés que es “tu” trauma?

Ehh… El más grande, que también creo que es el de cualquier chabón, supongo yo, y el más claro en mí… es con mi vieja. El que se puede dejar ver, bah. Lo tengo bastante identificado. Lo tomo con humor y siempre que me pongo de novio con alguien digo: “Ay, la puta madre”. Me termino dando cuenta de que es algo de lo que no puedo escapar. Por eso también en este disco fui por esa narrativa, intenté ir hasta el fondo del asunto y hacer terror con eso [el personaje central de Por cesárea va enloqueciendo tema tras tema y termina travestido, creyéndose su propia madre]. Es como Psicosis. Quise hacer mi versión de una historia así, con tintes de cosas que me pasaron y otras que se me ocurrieron. Me interesaba encarar lo narrativo desde un lado más de terror psicológico o metafórico.

¿Te ves con tu mamá?

[Por primera vez en la entrevista, Dylan parece incómodo] Sí, tengo mis problemas, pero todo bien. Está todo bien con ella, pero bueno, obviamente, tengo mis quilombos a resolver. Igual este disco no se trata de ella, ja… Es una historia, no soy yo el personaje, cualquier coincidencia con la vida real es pura casualidad.

El último encuentro con Dylan/Dillom es en el predio Crescencia Boado de Garrigós, un edificio inaugurado en 1925, en el barrio de La Paternal, que durante muchos años fue sede de un hogar para niñas y donde hoy funciona el Espacio de Promoción de Derechos Garrigós de Niños, Niñas y Adolescentes. El edificio Pizarro, abandonado hace tiempo, es la escenografía perfecta para ilustrar el universo que Dillom construyó en Por cesárea y plasmarla así en la producción de fotos que acompaña esta nota. No sólo por las historias que se cuentan en el ámbito audiovisual (aquí se filmaron varias películas y videos) sobre fantasmas de monjas que aparecen y desaparecen por la noche, sino también por el aura terrorífica que exuda cada rincón.

“Estoy a punto de hacer algo horrible, para que todos me miren”, canta Dillom en el tema “Reiki y yoga”, en el epílogo del álbum, y la frase bien podría estar pintada en las paredes ajadas de este espacio, como un mal presagio de lo que vendrá. “El primer guion que armé para el disco era bastante más parecido a mi vida”, concede Dillom. “Pero después fui borroneando y tra-sheando todo un poco más. Quedó la estructura inicial, aunque después cambió mucho. Pensé en los puntos más claves de mi vida y a partir de ahí conté otra historia”.

Tu vida hecha película de terror…

A mí me pasa que un poco el terror me empodera. Una vez, tomando unos hongos, descubrí algo: que la única forma de perder el miedo es darle miedo a otro. Me había pegado un mal viaje de hongos y en mi cabeza entré a pensar: “Che, ¿y si les hago pasarla re mal a mis amigos, que también están de hongos? ¿Qué onda si ahora aparezco con un cuchillo y los empiezo a correr?”. De sólo pensarlo se me pasó el mal viaje y me empecé a reír. No lo iba a pasar al plano real, pero bueno… A veces me da cagazo estar en la oscuridad, solo en un bosque, y me ha pasado de esconderme para hacerle una joda a un amigo. Y como estaba tratando de asustar a otro, a mí no me daba miedo, y en realidad en otro contexto estaría cagado en las patas. Esa situación un poco te empodera. Pensar: “Los voy a hacer concha a todos” o “voy a matar a alguien”… Obviamente después no lo hacés y lo más sano es sacarlo en forma de arte. Pero bueno, hacer el mal te empodera un poco, ja.

Por cesárea está pensado como obra conceptual no sólo desde lo estrictamente narrativo, sino que además conlleva una filosofía old school –como les gusta definir tanto a Dylan como a Andy–, que abarca desde un registro tracción a sangre (“todas las baterías están tocadas y las grabamos en los estudios Panda”), hasta el sonido “noventas” y su estética analógica (los videos que llegarán con el lanzamiento fueron filmados en Super 8). “En el fondo tiene que ver un poco con la rebeldía”, explica Dillom. “Y también con el aburrimiento, la saturación de todo este mundo digital. Con Andy siempre decimos que estamos hasta las bolas con el clima de hoy, de las redes sociales, de que todo sea tan digital. He sido, y todavía lo soy, bastante adicto al celular, y no puede ser que esta boludez me domine, me siento un imbécil. Ojalá fuera adicto a la falopa, me parece más digno que ser adicto a esta mierda, o más canchero por lo menos, ja. Todo ese cansancio me llevó a mirar para atrás, a las cosas analógicas, a escuchar música de los 60 y de los 70, de cómo suena y de cómo hacían para sonar así sin tener computadoras. Me saturé del sonido, de la idiosincrasia de todo lo que está pasando, de la sobreinformación, del mundo digital. Cuando me pasó el episodio de Cosquín Rock, si entraba a Twitter pensaba que al otro día me iban a pegar un tiro en la esquina. Y después salí a la calle y lo único que me decían era ‘vamos Dillom, bien ahí’. Todo eso es un micromundo que, después, en el día a día, no existe. Disociar eso me parece bueno y por eso el disco está alejado de ese mundo, desde lo conceptual hasta lo sonoro, las texturas. Es todo muy artesanal. Creo que consciente o inconscientemente terminó por ese lado por todo este hartazgo”.

“El episodio de Cosquín Rock” al que Dillom hace referencia sucedió en febrero pasado, cuando durante su set en el festival cordobés, el músico incluyó una versión de “Señor Cobranza” (himno antimenemista de Las Manos de Filippi popularizado por Bersuit Vergarabat) y le cambió parte de la letra: “Me muevo para aquí, me muevo para allá, a Caputo en la plaza lo tienen que matar”, cantó y al día siguiente su nombre apareció en todos los portales de noticias.

“El cover que elegí ya era un statement”, dice ahora. “Sentía que tenía que decir algo, más con todo lo que está pasando. La situación país hace tiempo que me apena, porque no es que vivo en un castillo y no me toca. Tengo familiares, amigos que padecen el día a día. Además de que me entristece mucho todo lo que estuvo pasando con el tema cultural, porque lo que venía proponiendo el presidente era un poco meternos un dedo en el orto. Sentí que tenía que decir algo, sabiendo de las consecuencias que iba a traer. Me iban a decir ‘vos sos un kuka, kirchnerista’ y todo eso. Yo no me siento identificado con ningún partido político, pero sentí que tenía que decir algo. Yo me había borrado de Twitter y al otro día mis amigos me contaban lo que estaba pasando en las redes: ‘Mirá, te salió a defender Biondini’, ja. ‘Tal te salió a matar’ y así. Después salió la denuncia del pancho este, un buscafama vigilante, que al final era todo un blef, porque a mí no me llegó nada. Pero bueno, no quería que pasara el tiempo y dentro de veinte años mirar para atrás y decir ‘no estuve del lado correcto de la historia, no estuve a la altura’. Después Lali dijo algo también y se llevó la marca, ja. Yo siento que dije algo más terrible, pero como ella es mujer se llevó la peor parte”.

¿Y con Calamaro cómo conectaste?

Una vez tuiteó algo tirándome una buena, le respondí y le agradecí. Andrés es una eminencia total de la música. Él estaba en España en ese momento y cuando viajamos por primera vez me invitó a su casa en Madrid. No sabía con qué me iba a encontrar, lo conocía por entrevistas nomás y parecía una persona muy excéntrica. Esa tarde nos recagamos de la risa, hablamos de música y de todo y pegamos buena onda. Desde ahí siempre hablamos por WhatsApp. Es un mentor para mí, aprendo mucho de él. En ese momento fue cuando estaba bastante bloqueado y le conté y al toque me mandó letras por si me servían, textos y textos. Teníamos ganas de hacer algo y un día me comentó que había encontrado una caja con casetes de la época de El Salmón, que ni se acordaba de qué había y las estaba digitalizando. Al toque le dije “pasame eso, quiero samplear algo para el próximo disco”. Me armó una carpeta con mil canciones y sampleamos un tema que tenía la trompeta de Jerry González. Después se sumó con su voz y hasta agregó un poema que escribió especialmente.

La conexión Dillom-rock argentino no es nueva. Ya hablamos del cover de las Manos en Cosquín Rock y habría que sumar la versión de “Nos siguen pegando abajo” que hizo durante su show en el Primavera Sound del año pasado, en consonancia con el 40° aniversario del regreso de la democracia al país. “Elegí ese tema porque sentí que era representativo y contextual con todas las cosas que estaban pasando, con todo el clima poselecciones y varios discursos que se estaban repitiendo y que remiten a aquellas épocas. Para mí Charly es el número uno. En mi casa se escuchaba mucho, pero desde hace unos años volví a sus discos y su obra tomó otra relevancia para mí. Tomé dimensión de lo realmente grande que es el chabón. Lo mismo me pasó con los Redondos. Siempre me gustaron y me sé todos los temas, pero ahora volví a escuchar sus discos, pero viendo el contexto en el que los habían hecho, y tomé conciencia de la grandeza de su obra. Pensá que el tema que grabé con Wos en su disco viene justo después del que él grabó con el Indio… Ya compartir el mismo disco con el Indio es una locura”.

Dillom dice que en sus comienzos buscó ubicarse como antagonista de la movida trapera que por esos días era la última nueva gran cosa de la escena musical argentina y, generacionalmente, parecía abarcarlo todo. “Esa música empezó a ser popular, pero a mí la verdad es que no me gustaba ya desde antes. Entonces agarré y dije: ‘Voy a tratar de hacer popular lo que a mí me gusta’. Por eso empecé por ahí a hacer una música más pesada, más oscura y de todo eso después surgió como una contracultura. Ahora te diría que estamos más en contra que nunca. El sonido de este disco y el concepto y la intención van en contra de esa movida, no por poner un nombre especial, pero sí en contra de toda una movida de música que no me representa para nada. No es por una cuestión de gustos, sino que es algo más filosófico, una forma de ver la música y el arte, de cómo desde otro lado se ve más como un producto o un medio para y no un fin en sí mismo”.

Es momento de hacer las fotos y Dylan se pone el traje del nuevo Dillom, ese que cambió el tatuaje del juguito en la cara por una cicatriz en la panza. Metáfora quizá de lo que ha significado para él componer este disco. Todo un parto. Por cesárea.

Fuente: https://es.rollingstone.com/arg-dillom-confesiones-de-un-psicopata-sudamericano/